Ruta en furgoneta por el sur de Portugal ¿Es posible pasarla bien una semana, sin planes, ni compañía?

Hay una realidad de la que pocos escapan. Las actividades de nuestro día a día nos mantienen tan ocupados, que es difícil encontrar momentos de verdadera soledad. Así, nos pasamos los días entre trabajar, limpiar la casa, visitar amigos, etc. Pero respondeme a lo siguiente ¿Qué te pasaría por la cabeza si un viaje inesperado te saca de la rutina de un día para el otro?

A ver, en principio suena ideal. Pero cuando te encontrás en un lugar desconocido, donde no hay nadie de confianza dentro del radar, y no tenés idea de dónde podés estacionar para dormir esta noche… entonces la cosa toma otro color.

Sumado a todo esto, hace un tiempo que vengo muy encerrado dentro de mi cabeza (momentos y situaciones de la vida), que de nuevo, me hacen preguntar si estar solo con mis pensamientos es lo que necesito, o este viaje es en verdad una mala idea.

Entonces.

Te invito a que me acompañes recorrer solo en furgoneta por el Algarve, donde te voy a contar:

  • La belleza del mar y las calas de Portimao (y por qué decidí irme de un momento para el otro).
  • Por qué en Sagres -el fin del mundo antiguo- me quedé buscando excusas para no irme.
  • Y si logro volver a casa con ganas de hacer otro viaje igual, o ya me lo saco de la cabeza de una vez por todas.

Vamos.

Una propuesta demasiado buena para un aventurero

Ramiro, escuchá. Voy a estar unos días paseando con la furgo por el sur de España y Portugal. Pero tengo un problema. Por el trabajo, no me coinciden las fechas del ferry para traerla hasta Canarias. Si te la dejo unos días ¿A vos todavía te interesa traerla en el ferry?

Unas semanas atrás, al enterarme del viaje, me había ofrecido como delivery para ahorrarle a mi amigo las 32 horas de viaje en ferry, desde Huelva hasta las Islas Canarias. Y todo a cambio de poder disfrutar de la vivienda rodante por unos días (total, que trabajo en remoto, y mientras tenga conexión a internet no importa dónde esté).

Primero, mi propuesta se había caído por cuestiones de calendario. Pero un cambio imprevisto en la fecha del ferry, hizo que la misma vuelva a ser considerada, y me puso a ver precios de vuelos, y a organizar cosas de trabajo.

— ¡Dale! Nos encontramos en Sevilla el lunes a la noche.

Ya no había marcha atrás. La emoción inicial de aceptar el plan, fue seguida de inmediato con todas las dudas posibles:

  • La idea es no gastar más plata que estando en casa ¿Podré hacer un viaje al mejor estilo “low cost”, o terminaré siendo un cómodo que se gasta todo en restaurantes?
  • En realidad no son vacaciones ¿Podré trabajar bien sin todas las comodidades de mi casa? ¿Estacionado al rayo del sol, con muchas distracciones al lado?
  • Y sobre todo, ¿Una semana solo? Es una idea que siempre me gustó, pero hace mucho que no lo estoy más que para una escapada de una tarde.

Para hacer más sencillo el aterrizaje y la primera parte del viaje, las noticias no tardaron en llegar.

El primer trayecto lo vas a hacer acompañado de dos desconocidas

Sin la menor idea de dónde comenzar el viaje -y confiando plenamente en las recomendaciones de mi amigo- el primer destino estaba decidido.

Lo que yo no sabía, era que para ahorrarme algunos euros en las casi tres horas de viaje desde Sevilla, el mismo había sido publicado en Bla Bla Car (es como hacer dedo, pero una forma más moderna, donde se comparten los gastos del viaje entre los interesados).

Fijamos punto de encuentro, y a las 17:00 ya salíamos rumbo a Portimao, con mis dos nuevas compañeras. Una estudiante de magisterio, y la otra de psicología, que se dirigían a la ciudad para pasar el fin de semana con otra de sus amigas.

El viaje al tardecer, con el sol bajando de frente, va mezclando agradables conversaciones, con la transición entre España y Portugal -que de no ser por un cartel al otro lado del Río Guadiana, casi que pasaría desapercibida-.

Sin aduana, sin controles, sin papeles: “Bienvenido a Portugal”. Así es la practicidad de las fronteras en la Unión Europea.

Con el mar acompañándonos a nuestra izquierda durante el resto del trayecto, el equipo de conversación me iba aportando puntos de interés para considerar al regreso. Pues el lunes al mediodía tenía que estar de vuelta en Huelva, la ciudad portuaria española donde parte la ruta que corta el Atlántico para conectar a la península con las Islas Canarias.

Primera etapa superada. Dejo en el destino a mis pasajeras y salgo en busca del lugar indicado para pasar la noche (siempre con la ayuda de recomendaciones, y la aplicación “Park4Night”: Un lugar metido entre las plantas que está a pasos del mar.

Unas 10 caravanas y furgonetas en el lugar, me señalan que es el indicado, y después de dar unas vueltas como un perro, encuentro el lugar indicado para dejar el vehículo y salir a caminar para ver qué tal es la vista desde la playa.

La Praia do Alemão es una belleza con calas, arena amarilla, y mar muy tranquilo para disfrutar de kayak o paddle surf.

Lo que no me dijeron, llegaría más adelante, y en forma de noticia para cambiarme la idea sobre el lugar.

En Portimao no hay tiburones my friend (pero sí hay dos cosas que me dan respeto)

Dos actividades me recomendaron en el lugar.

Primero, dar un paseo a pie, por sobre las calas. Es lo que hago al despertar la mañana siguiente, y la verdad es que vagar sin destino por un lugar tan hermoso, me llena de ganas de seguir.

Algunas calas, con esfuerzo y equilibrio, permiten bajar hasta las playas, donde el agua transparente y las cuevas escondidas te invitan a relajarte.

No tanto así el agua. Después de un chapuzón de tres minutos, estoy en condiciones de afirmarlo: Cuando me dijeron que el agua del sur de Portugal es muy fría, no me habían exagerado.

(Para ser hombre, y entrar desnudo, te tiene que sobrar el orgullo, o importar muy poco las apariencias).

Después de más de una hora de paseo, bajo a una playa escondida entre piedras, y sin nadie alrededor. Me siento en la arena, y la pregunta llega sin pedir permiso.

¿Estoy solo y disfrutando de un lugar y una experiencia maravillosa? ¿O me encuentro encerrado en mi cabeza, pensando en el trabajo, en lo que tengo que hacer, en lo que me gustaría y en lo que no?

En otras palabras.

¿Estoy realmente conectado con lo que está pasando, o el ruido de mi cabeza no me deja?

Sinceramente, creo que lo que estoy sufriendo desde hace un tiempo no es más que una de las grandes “molestias” de nuestros días: El dejar que nuestra cabeza trabaje constantemente y sea ella quien nos usa a nosotros. En vez de ser al revés.

¿Cuántas veces te has encontrado repasando cosas que ya quedaron atrás, o creando películas para tratar de predecir lo que se viene?

Que a ver, es una de las herramientas que nos ha permitido mantener a nuestra especie con vida. El problema es cuando hacemos un uso excesivo de ello, en vez de utilizarlo cuando es necesario, y punto.

Fácil decirlo ¿Verdad?

Pues a ver. Pongo el culo en la arena. Cierro los ojos. Y trato de no concentrarme en más que en la respiración. Si llega un pensamiento, voy a observarlo como un espectador, como alguien que está viendo la película sin meterse, sin juzgarla.

(Otra forma que Manuela O’Conell recomienda en su libro “Una Vida Valiosa”, es contar los pensamientos que se nos vienen a la cabeza. Una vez que ponemos el foco en eso, como en un acto de timidez, la máquina de generar ideas hace silencio, o al menos se calma. Algo sorprendente).

Después de unos minutos, abro los ojos.

Estoy sentado en una cala escondida, en una de las playas más lindas del mundo, y siento que por primera vez veo realmente el lugar.

Pero a ver, que no estoy exagerando. Más allá de que el ejercicio me sirvió para que mi mente haga silencio por no más de un minuto, para mí es suficiente para sentirme un poco más presente, y un poco menos encerrado en mi cabeza.

La decisión está tomada. La próxima actividad será visitar tantas calas como sea posible, con el medio más adecuado para la tarea: El kayak. Y es ahí cuando me encontraría con la primera de las sorpresas del lugar.

— Amigo ¿Hay tiburones aquí? — Le pregunto al joven que me alquila la embarcación por 15 € la hora.

— ¿Tiburones? Jajaja. No amigo, no hay tiburones aquí.

(Ya sabía la respuesta, pero estoy seguro de que generar conversaciones con la gente es una de las mejores formas de “entrar” en un lugar desconocido, de “conectar” con lo que está pasando).

Sobre esto, escribí hace mucho tiempo en un artículo que lo recomiendo a cualquiera que quiera hacer un viaje en solitario: “Viajar solo: 5 tips para animarte a hacerlo y no morir en el intento”.

Salgo en dirección a las calas, compartiendo las costas con otras personas que tuvieron la misma idea, ya sea en kayak o SUP (stand up paddle). No más de quince minutos de la salida, me encuentro con la amistosa presencia que no me esperaba (amistosa a la distancia, al menos).

Nadando a la velocidad de quien no tiene prisa, me encuentro a una medusa del tamaño de la rueda de un auto.

— Woow, una medusa. — Busco a alguien a mi alrededor para compartir la noticia, pero claramente es algo normal para el resto de los exploradores.

Continuo la excursión, haciendo breves escalas en las calas que el sendero no me permitía llegar, y con los ojos más abiertos que ayer. La decisión de hacer el viaje se va asentando con gracia, y me deja con restos para disfrutar lo que está pasando a mi alrededor.

Pero por la tarde, la segunda noticia inesperada, me hace volver a pensar las cosas.

Después de dejar el kayak y dar un paseo por la playa a pie, vuelvo a la furgo a terminar unas cosas de trabajo y ponerme en campaña para preparar mi cena, hasta que dos campistas se acercan a mi puerta.

— Hola, ¿Español?

— Hola, sí, hablo español ¿Qué tal?

— Bien, vimos que pasaste la noche acá ayer ¿Todo en orden?

— Eh, sí, nada raro ¿Por?

— Nosotros también íbamos a pasar la noche aquí. Pero vimos unas cosas que no nos gustaron.

— ¿Como qué?

— Bueno, varias personas merodeando entre los coches. Pero nos asustamos cuando vimos a una Mercedes pasar 5 veces por el frente. Ahí decidimos irnos, pasar la noche en otro lugar, y volvimos hoy ¿Tú no viste nada?

— La verdad que no. Cené y me acosté muy temprano, pero no vi ni escuché nada raro hasta entonces.

Nos despedimos, y cada cual a lo suyo, pero la conversación me dejaría pensando:

Justo cuando me estoy encontrando a gusto en el lugar, y hasta considerando quedarme un día más, interpreto lo que me dicen como un empujón para dar el siguiente paso:

Me hablaron muy bien de Sagres, capaz es el momento de ver qué es lo que hay allá. 

Nuevamente, las recomendaciones darían en el blanco.

Sagres, el fin del mundo antiguo, es difícil de abandonar

A media tarde, y sin estar del todo convencido de lo que estoy haciendo, pongo en marcha la Volkswagen LT35 -mi casa desde esta semana- y salgo en busca del último de los horizontes, hasta “los descubrimientos” de Cristobal Colón: Sagres.

Ubicado donde doblan los vientos, y siendo paso obligado de todas las embarcaciones que conectaban el norte de Europa con el resto del mundo conocido, la localidad es hoy cuna del surf y, aparentemente, un imán al que las almas curiosas y aventureras no se pueden resistir -como poco tiempo después, lo descubriría en carne propia-.

Tras apenas una hora de viaje, recojo las velas, tiro el ancla, y salgo a dar una caminata, a ver si encuentro un lugar para realizar mi actividad favorita de viaje: Poner el codo en la barra de un bar, y colectar información sobre el lugar.

No sé si te habrá pasado. Tampoco sé si es una cuestión de predisposición, o qué.

Pero cuando llego a un lugar nuevo, muchas veces me dejo contagiar por la energía del mismo, y este pueblo, estaba lleno de cosas que me decían algo:

Dos personas hablando en la calle, como si no hay un mundo que sigue girando ahí afuera.

La forma en que un chico se sube a su vehículo y sale conduciendo con las ventanillas bajas, ya que el viento intenso es parte de su vida.

De cómo el estar jugando con la fuerza del mar durante el día, deja a todos agotados y en una misma frecuencia durante la noche.

Sigo por la calle principal, y a su largo las tiendas de alquiler de tablas y lecciones de surf son a penas interrumpidas por bicicletas, ropa, casas de familia, y una tanda de cinco bares (que por la noche van mutando y parecen multiplicarse).

La ronda fue muy buena. Algunas personas en el pueblo ya saben mi nombre, y lo que estoy haciendo, logrando que me sienta muy bienvenido. Volví a casa a las 3 AM, con información sobre playas, lugares para bailar, senderos, y dos cervezas de más.

Menos mal que era solo un paseo de reconocimiento.

Al despertar al día siguiente, llegó el momento de hacerle caso a la primera de las recomendaciones cosechadas: La Praia do Amado.

Protegida por el entorno del “Parque Natural del Suroeste Alentejano y Costa Vicentina”, la Praia Do Amado es considerada una de las más bellas de Portugal (y también del mundo).

Desde el amplio aparcamiento en la parte superior, y a veces haciendo caso omiso a la directiva de no pasar la noche ahí, cientos de surfistas bajan hasta la extensa playa para compartir su actividad favorita, y con espacio suficiente para no molestarse el uno al otro.

La bahía de arenas claras ofrece olas uniformes en todo su largo, que son aprovechadas por los mismos.

Praia Do Amado. Foto: https://www.visitalgarve.pt/

Pero el surf no es la única actividad que se puede disfrutar en la zona. El parque natural está vetado de senderos que te llevan de bahía en bahía. De playa con más gente, a playa más desierta. Algunas de ellas, difíciles de alcanzar en vehículo, por lo que te podés encontrar con más kilómetros para disfrutar en exclusiva.

Praia do Murração, Uno de los paraísos que se llega con una caminata desde Praia do Amado (también se accede en coche, pero advierten que el camino es algo difícil).

De nuevo, entre caminatas, baños helados, y descanso en la arena, se me pasa el día y llega el momento que se roba el protagonismo de la escena: El atardecer Portugués.

Sin obstáculos hacia el oeste, la costa del Algarve te permite ver el sol cayendo con tranquilidad, cambiando de color, y desapareciendo al otro lado del océano.

Encuentro el lugar perfecto para disfrutar del espectáculo solo unos kilómetros al norte. El vino y el jamón serrano son tentaciones que no puedo evitar.

Después de los aplausos, vuelvo con tranquilidad a Sagres. Al día siguiente comienzo el camino hacia Huelva, y no me iba a despedir sin antes disfrutar de la buena onda del lugar.

De nuevo, estaciono dentro del pueblo y salgo a caminar en busca de historias. Reclamo la revancha al ajedrez a mi (ahora enemiga) rusa, que me vuelve a derrotar. Sin estar conforme con eso, pido otra cerveza y me enfrento al siguiente retador.

Un ex-navegante alemán que, según él, tiene la edad suficiente para ya estar jubilado. Pero vamos, que no lo aparenta. Me cuenta que su vida ahora es así, viaja muy a menudo a Portugal y Brasil, donde pasa los días simplemente disfrutando de estar ahí, a medida que me va despojando de piezas y arrinconando a mi rey.

Las horas pasan, y la pequeña calle se va llenando de vida. Olga, mi nueva enemiga, me cuenta que llegó al pueblo con su marido para crear su marca de ginebra, mientras va y viene, moviéndose con gracia por todo el lugar.

— Ven, tienes que conocer los otros bares.

Usando las entradas principales, como también los accesos posteriores, por el callejón, me va presentando una a una a todas las personas que de los diferentes locales. Desde quienes están atrás de las barras, pasando por los DJ, hasta varios de los clientes.

Él también es argentino. Y ella. Ah, y él es de Brasil — Me deja hablando con personas random y se vuelve a fugar. Así, de local en local.

Cuando se acercan las tres, la música de los bares hace silencio, y me quedo mirando el techo con ganas de más.

— Sígueme, te voy a enseñar algo — Me dice Olga, y sale caminando en dirección contraria a donde están los bares.

Después de unos quince minutos de marcha, llegamos al peñón más alto y cercano a la ciudad.

— ¿Ves a la izquierda? Ese es el faro de Sagres. A la derecha hay otro faro más ¿Lo ves? Y eso que ves ahí es la “Fortaleza Do Beliche”. (Una construcción que tenía el objetivo de proteger a los pescadores de piratas y corsarios).

— ¿Por qué tanto faro y fortalezas? Pregunto sin disimular mi ignorancia.

— ¡Esto era el fin del mundo! Todas las embarcaciones pasaban por aquí, era un punto muy importante para la navegación.

Con esa idea dándome vueltas en la cabeza, emprendemos camino de nuevo hasta el pueblo.

La gente que conocí. Las historias que escuché. Y la curiosidad por saber más sobre el lugar me acompañan, hasta la mañana siguiente, cuando voy a tomar mi último desayuno hasta abandonar el lugar.

— ¿Tu también aquí? — Le digo a la camarera que viene a tomar mi pedido.

— Jajaja. Sí, trabajo en todos los bares de Sagres. — Me responde bromeando con acento italiano.

Aprovecho a usar el baño del lugar -que es uno de los privilegios que más echaría de menos viviendo en furgoneta- y me decido a partit. Pero no iba a ser tan fácil.

Y ahí me encontraba, dando vueltas por un pueblo de dos mil habitantes, buscando alguna excusa para quedarme un poco más.

¿Y si voy a sacar fotos a aquella playa? ¿Y si visito la fortaleza? Mejor le doy un vistazo al puerto… Y así.

Agotado de buscar excusas sin sentido, defino el destino del GPS en Tavira (una de las recomendaciones que me hicieron mis compañeras del primer trayecto), y con un nudo en la garganta y claramente emocionado, prometo algún día volver a ese encantador lugar, donde las caras y las historias se habrán renovado, pero con seguridad seguirá manteniendo su esencia.

El Bar Dory, un lugar obligado para amantes de las barras (los viernes pincha un DJ).

Tavira, Ayamonte, Huelva y dos barcos -solo uno de ellos sé a dónde me lleva-

El ferry hasta Canarias es en dos días, y es buena idea ir acercándome al puerto donde vamos a zarpar (los billetes, llevando un vehículo de este tamaño, son muy caros, y perderlo no es una buena idea).

Antes de cruzar de nuevo al lado español, decido pasar la tarde en Tavira, una pequeña ciudad que todavía se encuentra en el Algarve, pero mejor resguardada de las corrientes del Atlántico.

Cuando me acerco al agua, me encuentro con un río lleno de embarcaciones, y gente subiéndose a ellas. Esta vez, pregunté el precio ida y vuelta, sin querer saber sobre el destino: “Si todo el mundo va para allá, algo habrá…”

Solamente 1,50 €, y dos minutos en lancha, y me encontraba bajando en la isla que alberga la Praia das Cabanas. De nuevo, kilómetros de playa para caminar y disfrutar, donde la gente realiza diferentes actividades, como kite surf.

Isla de Tavira. Algarve Portugal © sergojpg – stock.adobe.com Aerial. Beach and tourists on the island Tavira. Algarve Portugal

Después de una larga caminata, me siento listo y en paz conmigo para seguir el trayecto hacia el este, procesando todo lo que había pasado esta semana, y preguntándome cómo me voy a sentir flotando en un ferry, durante 32 horas, en medio del Océano Atlántico.

De regreso, hago una escala en Ayamonte -la primera localidad española que se encuentra viniendo desde Portugal- donde aprovecho el tiempo que queda para trabajar con la puerta de la furgo abierta, mirando hacia el mar, y ya siento que mi viaje está concluido.

No solamente pude disfrutar de estar solo, sino que también pude recordar lo que se siente pasar más tiempo afuera de mi cabeza, y más conectado con lo que sucede alrededor. “Los problemas” que daban vueltas en mi cabeza, toman otra dimensión, y ya no parecen ser tan nocivos.

Dos horas antes de que el ferry deje el puerto atrás, llego hasta el lugar, y los trabajadores me hacen subir al barco, y estacionar frente a los camiones de carga.

Me dan las llaves de mi camarote, y cuando entro casi lloro de la emoción. Después de estar una semana inventando cafés para usar el baño de los bares, y dándome duchas frías en algún descampado, finalmente tengo mi propio baño. Todo para mí. Como en mi casa, solo que ahora lo aprecio mucho más.

De todas formas, esta experiencia me mostró que vivir cómodo, no es más que eso, y que el verdadero bienestar llega desde adentro hacia afuera.

Algo en este viaje avivó una llama que estaba dormida en mi interior, y siento que pronto me dará noticias.

¿Te gustaría recibir estos contenidos en tu correo?

Dejame tu dirección en la casilla de abajo y te voy a avisar siempre que haya algo nuevo. Si te cansás de mí simplemente te podés desuscribir (y te juro que no voy a llorar tanto).

Share on whatsapp
Share on facebook
Ramiro Gabasio

Ramiro Gabasio

Como copywriter escribo para atraer tráfico a sitios web, conectar con su audiencia y generar ventas. En Malas Decisiones escribo porque me gusta.

Deja un comentario